Toboganes. Sin ánimo.

En un vacío que nos parece irremediable, preferimos que la caída sea en espiral. Desaparecer en un punto del parque y aparecer en otro. Descubrir que la seguridad de nuestros actos depende de estructuras de recorrido, de caminos formados. Estructuras por donde deslizarnos, inanimados pero intensificados. Peligros controlados, territorios entrelazados pero individualistas. La fotografía de nuestro propio rostro en un rictus descontrolado, olvidados de nosotros mismos en la distancia de un recorrido alocado. El mecanismo de un pequeño viaje, la estructura de un trayecto en el que todo destaca por su intensidad.

Zygmunt Bauman describía ya la nuestra como una sociedad líquida, como un mundo carente de centro que se mantiene en estabilidad por liquidez. En esta sociedad nada queda lo suficientemente sólido como para permanecer estable. Las estructuras flexibles resultan paradójicas, al igual que el turista en bañador que deambula por paisajes temáticos. El mundo parece estar hecho para ser sentido y el tobogán se presenta como una estructura perfecta para escapar de lo ordinario. Nuestras fugas.


Néstor Delgado.



Ubíquese.
Mire a su alrededor. Estamos en medio de un desierto paradójico, sin referencia estable, sin coordenada mayor. Edificios en ruinas.
Cuerpos a la deriva. Estructuras inestables.
Salto de página. De un pasaje a otro. Ritmo entrecortado.
Si va de pie sujétese.
En el pequeño espacio en el que coincidimos los antagonismos se vuelven flotantes. El movimiento es solo apariencia.
En un espacio realmente invertido,
En otro lugar y de otra manera. Por todos estos lugares discurre y vuela de aquí para allá y penetra cuando puede, sin que de con el fin en ninguna parte.


Fragmentos de diario.
Moneiba Lemes.

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